El encanto de lo que 'todavía' no existe
Cuando idealizamos lo desconocido
11/27/20252 min read
¿Te ha pasado que conoces a alguien o te hablan de un nuevo proyecto y tu positivismo llega antes que la realidad, haciéndote ilusionar con el resultado final?
Bueno, eso es idealizar.
Idealizar es ponerle cualidades perfectas a algo que no conocemos, pero que asumimos como ciertas. Por ejemplo:
“Se ve que esa persona es honesta” (cuando solo han tenido una conversación en la vida).
“Me va a ir genial en el nuevo trabajo porque esa empresa tiene buena fama.”
“En ese país voy a crecer como nunca.”
A veces es cierto, pero otras veces… dan ganas de insertar el emoji de payaso o el de la carita al revés. En esos casos, el positivismo le gana a la realidad y terminamos estrellándonos.
Ahora bien, probablemente te estés preguntando:
¿Idealizar es malo?
No necesariamente. Creo que es el combustible que nos impulsa a tomar decisiones que, si dependieran solo de la realidad, quizá nunca tomaríamos. Pero la idealización no debería ser el motor de nuestra vida.
Combustible sí, motor no.
Cuando usamos la idealización como combustible, nos empoderamos para dar el primer paso: iniciar un nuevo proyecto, emigrar a un país que —al menos de lejos— parece ofrecernos un mejor futuro, invitar a salir a alguien que nos gusta o hacer cambios drásticos con la esperanza de que nos irá mejor. ¿Ves? En esos escenarios, el positivismo nos impulsa a crear una nueva (y esperemos que mejor) realidad.
Pero cuando la idealización se convierte en nuestro motor de vida, empezamos a manejar a ciegas. Ignoramos los hechos evidentes: la conducta del otro ya se nota, la reputación de la empresa o persona ya es comprobable, los resultados hablan por sí mismos.
Ahí, la realidad deja en evidencia que el positivismo era solo un disfraz.
Entonces, la pregunta es:
¿Queremos seguir disfrazados, autoengañándonos… o seremos lo suficientemente valientes para ver la realidad?
Esa es una decisión crucial, porque determina el rumbo de nuestra vida:
¿Viviremos en la realidad palpable o en la tierra de la fantasía?
Si elegimos la fantasía, lo más probable es que el miedo sea quien esté tomando las decisiones. Una vez más —como mencioné en otro artículo—, el miedo se disfraza de lógica y nos llena de “argumentos convincentes” para mantenernos estancados. ¡Qué tristeza ser presos de nuestros propios miedos!
Pero si somos lo suficientemente inteligentes para ver que esas cualidades perfectas que le habíamos atribuido a una persona o proyecto no existen, podremos redirigir nuestro rumbo. Y entonces habremos ganado algo valiosísimo: tiempo.
¿Tiempo para qué?
Tiempo para embarcarnos en una nueva aventura con mejor pronóstico (¡eso espero!).
Uno de los grandes errores que cometemos es creer que tenemos mucho tiempo para todo. Y no, no es así. Incluso si viviéramos 100 años, ¡qué desperdicio sería seguir estrellándonos contra una pared que ya sabemos que es una pared, y no una puerta abierta para nosotros!
En la medida en que aprendamos a soltar con mayor facilidad lo que no nos suma, estaremos dejando espacio para lo nuevo. Sin apegos. Sin la creencia de que necesitamos eso para vivir.
La madurez emocional comienza cuando dejamos de esperar que lo desconocido nos salve de la vida que no somos capaces de darnos a nosotros mismos.
No te apegues a resultados, ni a personas, ni a proyectos.
Mejor, confía en tu capacidad de crear, construir y avanzar.
Liliana Henríquez
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